¿Nunca habéis experimentado esa sensación en la cual deseáis volver a vuestra plácida rutina? Es algo natural, especialmente cuando se está viviendo una situación agitada o cuando uno está saturado de tanta aventura. Esta premisa, a priori tan sencilla, es con la que Arthur Yorinks juega en “Hey, Al” y se la muestra a un público infantil. El protagonista, Al, tiene una vida muy simple y rutinaria, pues trabaja de conserje y vive solo en un piso de Nueva York con su perro Eddie. A pesar de que se tienen mutuamente, realmente son un desastre en el mantenimiento del orden del hogar, y sin embargo se quejan de lo aburrida que su vida es. Un día aparece una especie de tucán gigante que les propone llevarlos volando hasta el paraíso, oferta que los protagonistas aceptan sin rechistar. Sin embargo, y como nos sucede a cualquier persona, Eddie y Al empiezan a añorar su vida normal, más tranquila y segura. Al regresar a Nueva York ambos entonan la máxima “hogar, dulce hogar”, y sienten su pequeño piso del West End como el mejor lugar del mundo. Con este fabuloso cuento los niños valorarán la estabilidad familiar y el concepto de “hogar” por encima de otras superficialidades.
“Caperucita en Manhattan”es un potente homenaje a diversos cuentos tradicionales de la historia de la literatura infantil. Su autora, Carmen Martín Gaite, ya había mostrado su capacidad para unir universos y poner al servicio del lector una mezcla de géneros atractiva y clásica a la vez. Sin perder los valores de las obras originales, esta novela nos cuenta cómo Sara Allen se embarca en un trayecto desde Brooklyn a Manhattan para visitar a su abuela, a quien lleva una tarta de fresa. Los personajes con los que se encuentra son versiones modernas del lobo o del hada madrina, e incluso el giro final es una réplica al inicio de “Alicia en el País de las Maravillas”. El valor de la obra tuvo su recompensa al recibir el Premio Nacional de las Letras de España. La consagración infantil de Martín Gaite es una lectura obligada que también ha gozado de un notable éxito comercial.
La serie “Escuela para gatos”, de Esther Averill, imagina un mundo en el que los gatos tienen vidas como si fueran humanos. Las historias están protagonizas por Jenny Linsky, una gata negra neoyorquina de carácter reservado. Jenny tiene como benefactor al capitán Tinker, quien es enviado a alta mar y manda a nuestra querida gata a un internado. Allí Jenny no lo tiene fácil, y pronto desea abandonar el internado. En su intento de escape se cruza con dos gatos que se van a incorporar al internado y que le parecen a Jenny muy atractivos. Entonces vuelve al internado y se sienta junto a ellos. Pero entonces, por segunda vez, el travieso Pickles quiere chocarse con su coche de bomberos contra Jenny, y ésta sabe defenderse. Pickles y Jenny acaban siendo buenos amigos. La autora maneja a la perfección el mundo humano pero el comportamiento es bastante animal, con los instintos a flor de piel y avivando la parte irracional. Quizá esto sea lo que lo convierte a “Escuela para gatos” en una saga tan entretenida.
La famosa adaptación al cine de “Stuart Little” probablemente haya otorgado a la obra de E.B. White más renombre del que inicialmente tenía. Pero no del que se merecía, pues cualquier libro de este genial autor es una obra de arte narrativa e ideológicamente. Esta constante la había iniciado con “La telaraña de Carlota” y la prosiguió en el relato de un ratoncito que es adoptado como un miembro más por una familia neoyorquina. El pequeño Stuart se siente uno más de la familia Little y se divierte con todos ellos en Central Park. En un cierto punto, Stuart decide escaparse para buscar a su amigo el pájaro Margalo. A partir de entonces Stuart vive una serie de aventuras que de forma velada sirvieron a White para criticar la historia de Estados Unidos. Más allá, el autor desarrolla la clásica historia del héroe que trata de encontrarse consigue mismo, y para ello ha de demostrarse su propia valía. El hecho de que emplee un ratón como protagonista no es trivial: es una metáfora de cómo debemos afrontar un mundo que a priori se nos queda grande. El entorno en el que vivimos puede ser un medio hostil y nuestro ingenio nos puede permitir sobrevivir. Al igual que al celebérrimo Stuart Little.
Lilo es uno de los innumerables ejemplos de animal realmente feroz que es humanizado en un cuento infantil. Además, de forma muy entrañable. Este cocodrilo vive en una casa en Nueva York acogido por la familia Primm. Lilo es muy popular en su barrio, su madre adoptiva lo quiere y ayuda a su hermano con los deberes. El único vecino que no lo soporta es el señor Gruñón, porque vuelve loca a su gata Loretta. Cuando un día Lilo se pierde en el supermercado, el señor Gruñón lo captura y lo lleva al zoo. Finalmente Lilo es rescatado y vuelve a casa. Las ilustraciones muestran un animal inseguro y afable, derrochando alegría. El texto es puro ingenio. Sin duda, esta obra de Bernard Waber aúna a la perfección moraleja y entretenimiento.